domingo, 13 de diciembre de 2015

Morir de amor.







Hace tiempo escribí un relato cortito. Me apetecía compartirlo, simplemente, así que lo dejo por aquí. Yyyy...Eso. Dios, me siento mal porque quiero escribir por aquí muchas cosas, pero a la vez tampoco quiero llenar esto de mis publicaciones mierders. Siento que aquí tengo la posibilidad de expresarme con más de 140 caracteres, y eso me resulta muy nuevo.


En fin, aquí os dejo esta mierdecilla. Espero que os guste.


Suspiré. El ambiente era tan frío que me costaba respirar. Bueno, al fin y al cabo el lugar donde vivo siempre ha sido frío. No puedo llamarlo hogar por eso mismo, la frialdad de ese lugar me impide compararlo con algo tan cálido como un hogar. Me levanté del sillón donde estaba sentada y dejé en la mesita de al lado del sillón los informes que estaba leyendo. Siempre igual, sólo trabajo, trabajo, y más trabajo. Mi trabajo no es algo difícil, pero al principio cuesta aceptarlo. No es algo que haya podido elegir, simplemente sé que se me atribuyó ese trabajo desde....desde siempre. Tampoco recuerdo cuando empecé a trabajar en esto. Sólo sé que hizo que mi frialdad aumentara, quizás en un intento de proteger mi mente de la locura. Pero esa frialdad no impidió que mi mente fuera afectada de alguna forma, aun así, todos estamos un poco locos, no me culpo de ello. Me planté frente al espejo. A veces dudo poder reconocerme, a pesar de mis rasgos distinguidos. El pelo color negro, como el carbón, tan largo que casi llegaba por mi cintura, la piel tan blanca y frágil que parecía una hoja de papel, las ojeras que volvían oscuras las cuencas de mis pequeños ojos color gris.Y mi uniforme, aquella túnica negra que usaba para ir al trabajo, y que nunca se desprendía de mi. Quizás esos sean mis rasgos más característicos. Mucha gente me encuentra desagradable, fea, pero yo me veo hermosa. Sonreí al espejo, mostrando mis dientes amarillentos y me aparté de él. A veces pienso que cuando me mire al espejo no estaré ahí. Para los demás parezco invisible. Si algún día dejo de creer en mi misma temo desvanecerme en el espejo. Me entristece mucho que no noten mi presencia, hasta que tengo que trabajar con esas personas. Quizás mi cargo es demasiado alto, pero cuando tengo que trabajar con ellos, no les agrada mi presencia, siento que me tienen miedo. Me siento ignorada y temida a la vez. Sinceramente me apena no ser nunca bienvenida, pero supongo que soy así y no puedo cambiar nada de ésto. Acicalé mi cabello, abriendo la puerta.


Otra vez a trabajar...


Llegué al lugar del trabajo, un callejón. Lo bueno que tiene este trabajo es que no suele ser monótono. Cada persona sólo conoce a fondo su propia historia, mientras yo conozco la historia de todos. Sin embargo, no puedo retrasarme, tengo que ser siempre puntual. Para suerte mía tengo un medio de transporte bastante rápido.


Esta vez mi clienta, por llamarla de alguna forma, era una chica. Una chica preciosa, de ojos grandes y cabello castaño. Le sonreí,aunque ella no alcanzó a verme. Ella estaba sentada en el suelo, con un profundo corte en el costado, que sangraba cada vez más. Me acerqué a ella dando pasos lentos y sonoros, y me agaché a su lado. Su verdugo, que estaba de pie su lado pareció no verme. Bueno, estoy acostumbrada a que no noten mi presencia, así que no me molestó su indiferencia hacia mi.


-¿Lo quieres?-Le susurré a la chica, que estaba ya cubierta de sangre, al borde de la muerte. La chica pareció notarme al fin, a diferencia del hombre que se alzaba a nuestro lado, pero no me miró. Sólo asintió con la cabeza. Le sonreí de nuevo. Esto no le iba a doler más que el corte, pero traté de tranquilizarla.- La muerte no es tan mala.


Su verdugo corrió fuera del callejón. Acto seguido puse una mano en su pecho y lo presioné ligeramente, notando como su corazón se apagaba poco a poco. La besé. Al apartar mis labios de los suyos, aparté también la mano. Una pequeña bola de luz se había quedado dentro de la palma de mi mano. Mi trabajo ahí había terminado.


O... eso pensaba.


Detrás de mi había otra figura, la figura de una chica con túnica blanca. Ya había visto esa figura antes, aunque no muchas veces. Ella era la única que parecía notarme siempre.


-¿Qué?- Dije sin girarme.


- Esa alma no te pertenece. Ella estaba enamorada, dámela. -Contestó. Su voz era angelical, nada que ver con la mía, brusca y ronca.


-Ahora esta alma es mía. -Me levanté y me giré hacia la chica. Su cabello rubio y rizado ondeaba al viento. Era de una longitud similar al mío. Me miró con sus enormes ojos verdes, con una expresión algo dura, pero dulce. Ella era hermosa.


¿Cuando muere la muerte? Me pregunté. ¿Cuando moriré? ¿Cuando tendré que dejar de llevarme la vida de otras personas que considero iguales a mi para llevarme la mía propia?


¿Qué es el amor? Me volví a preguntar. No lo entendía. Pero sólo sé que esa persona que se alzaba enfrente de mi, no era otra que la misma representación del amor. Cupido, la llamaban. El amor y la muerte, por fin se encontraban de nuevo. Los humanos no suelen amar, no solíamos vernos muy a menudo. Los humanos se mueven por el odio, no por el amor.


Abrí la palma de mi mano y miré la bolita de luz.


Cuando toco a alguien al borde de la muerte, me quedo su alma.


Cuando Cupido toca a alguien enamorado, se queda la suya y se la entrega a su amado.


Cuando beso a alguien, muere.


Cuando Cupido besa a alguien, se enamora.


¿Y si nos tocamos? ¿Y si nos besamos? Quizás era el momento de comprobarlo.


¿quién era más fuerte, el amor o la muerte?


Me acerqué a ella y cogí su mano. Nunca antes nos habíamos tocado, y por primera vez, noté como mi alma se desprendía de mi cuerpo al tocar a alguien, y no al revés. Noté como en la palma de mi mano se quedaba atrapada una alma que no era la mía. Y noté como esa alma atravesaba mi mano y la desgarraba con una lentitud casi insoportable. Dolía. Notaba como mi alma se había partido a la mitad.


Entonces comprendí que el amor se había convertido en muerte, y la muerte en amor.


¿Se puede morir de amor?


Entonces acorté la distancia que nos separaba. La besé.


Y me corrompí.


La muerte se enamoró. El amor murió.


Cupido se alejó. Se desplomó. Ahora estaba muerta. Y yo estaba enamorada de la persona que había matado.


Entonces comprendí que sí se puede morir de amor.


A pesar de estar viva, todos los días siento como si muriera.


Gracias a ella, siento que he muerto.

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